sábado, 14 de mayo de 2016

SOBRE LA ESCLAVITUD (fragmento de Cartas de un granjero americano)


AUTOR: Michel-Guillaume-Jean de Crèvecoeur (también conocido como J. Hector St. John de
Transporte de esclavos
Crèvecoeur)

TRADUCTOR: Pedro Peña

N. del T.: en un texto anterior de Crèvecoeur (1735-1813) hemos visto su admiración por el nuevo continente y sus habitantes. Pero en sus cartas también están presentes los aspectos negativos de la nueva nación que se gestaba a partir de las colonias inglesas. En este caso se trata de un fragmento en el que el autor arremete contra los propietarios de plantaciones en Charleston y el terrible tratamiento al que sometían a sus esclavos a fines del siglo XVIII. Un siglo antes de que los EEUU abolieran la esclavitud. El tenor del fragmento recuerda de alguna manera aquellas denuncias escritas por Bartolomé de las Casas acerca del modo en el que los conquistadores españoles sometían a los nativos americanos en Centroamérica y el Perú.


Fragmento de la CARTA IX


  Si alguna vez poseyera una plantación y mis esclavos fueran tratados como son en general tratados aquí, nunca podría descansar con tranquilidad; mi sueño sería perpetuamente estorbado por la retrospectiva de los fraudes cometidos en África para atraparlos, fraudes que sobrepasan en enormidad todo lo que una mente común posiblemente pueda concebir. Estaría pensando en el tratamiento bárbaro con el que se encuentran a bordo de las naves, en sus angustias, en la desesperación necesariamente inspirada por su situación cuando se los arranca de sus amigos y relaciones, cuando son entregados en las manos de gente de color distinto a quienes no pueden entender, transportados en una extraña máquina sobre un siempre agitado elemento que nunca han visto antes, y finalmente entregados a la severidad de los azotadores y a las excesivas labores de los campos. ¿Puede ser posible que la fuerza de la costumbre me haga sordo a todas estas reflexiones y tan insensible a la injusticia de este comercio y a sus miserias como parecen serlo los ricos habitantes de este pueblo? ¿Qué es entonces el hombre, este ser que se jacta tanto de la excelencia y de la dignidad de su naturaleza entre toda la variedad de inescrutables misterios, de problemas sin solución, de los que está rodeado?
Aviso de venta de esclavos, sin viruela.

  ¿Pero es realmente cierto, como yo he escuchado que se asegura aquí, que estos negros son incapaces de sentir los acicates de la emulación y el sonido alegre del estímulo? De ninguna forma; hay mil pruebas existentes de su gratitud y de su fidelidad; esos corazones en los que pueden crecer tan nobles disposiciones son entonces como los nuestros; son susceptibles de todos los sentimientos generosos, de todos los motivos útiles de acción; ellos son capaces de recibir las luces del conocimiento, de absorber ideas que les aliviarían en mucho el peso de sus miserias. ¿Pero qué métodos se han usado en general para obtener tan deseable fin? Ninguno; el día en el que llegan y en el que son vendidos es el primero de sus trabajos, trabajos que desde esa hora en adelante no admiten respiro; incluso siéndoles por ley concedido el domingo para el esparcimiento, son obligados a emplear ese tiempo, el cual está pensado para el descanso, en labrar sus pequeñas plantaciones. ¿Qué puede esperarse entonces de estos desdichados en tales circunstancias? Forzados desde su país nativo, cruelmente tratados a bordo y no menos cruelmente tratados en las plantaciones a las cuales son llevados; ¿hay algo en este tratamiento que no deba encenderles todas las pasiones, sembrar en ellos todas las semillas del resentimiento inveterado y nutrirles el deseo de perpetua venganza? Ellos son abandonados al efecto irresistible de estas fuertes y naturales propensiones; los golpes que reciben, ¿son propicios a extinguirlos o conducentes a ganar su afecto? Ni son confortados por las esperanzas de que su esclavitud terminará alguna vez sino con su muerte, ni animados por la generosidad de su alimentación o la benevolencia en el trato. Las mismas esperanzas extendidas a la humanidad por la religión, ese sistema de consuelo tan útil a los miserables, nunca les son ofrecidas. Ni
Recompensa por un esclavo que huyó.
medios morales ni físicos son usados para ablandar sus cadenas; son abandonados en su estado original sin instrucción, ese mismo estado en el que las propensiones naturales de venganza y las destempladas pasiones son muy pronto encendidas. Ni un solo motivo que los anime o que pueda impeler su voluntad o excitar sus esfuerzos, solo terrores y castigos se les ofrecen; la muerte les es sentenciada si huyen; horribles laceraciones si hablan con su libertad originaria; son perpetuamente intimidados por los terribles golpes del látigo o por el temor de la pena capital, y aun así estos castigos a menudo fallan su propósito.


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